Alba G. Corral

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Oda al ‘descampao’

category:

general

Published:

2007-10-03

Por Eduardo Verdú

Entre los recuerdos más felices de la niñez madrileña, junto a las meriendas con Nocilla, los dibujos animados de Sherlock Holmes y los baños con mucha espuma antes de cenar, están los descampaos. Hasta hace una década, cuando el boom inmobiliario lo arrasó todo como la onda expansiva de una bomba atómica, la ciudad estaba moteada de superficies, simplemente, vacías. Los descampados aparecían junto a los barrios más poblados, no era necesario acudir a las afueras de Madrid para encontrar aquellas zonas diáfanas. Casi cualquiera convivía con la cercanía de un descampado, asumiendo el respiro edificativo que representaba, comprendiendo que aquel espacio era como el renglón desnudo tras el punto y aparte de una urbanización.

Las explanadas de tierra se presentaban ante los niños igual que una hoja en blanco, cargadas de posibilidades, entregadas a la imaginación de quien quisiera convertir ese territorio en un campo de fútbol dibujado con piedras y anoraks, en un inmenso patio de recreo donde correr, revolcarse, buscar tesoros entre los desperdicios. Hoy, sin embargo, el espacio en las ciudades representa dinero, no fantasía. Es inconcebible desaprovechar un terreno yermo sin levantar un bloque de pisos, unas oficinas o un polideportivo. Al margen de la avaricia especulativa, las metrópolis, en su voluntad de servir al ciudadano, han mutado, se han hecho funcionales. Madrid está llena de centros culturales, de espacios de ocio acotados y con horarios de apertura y cierre, de colegios y piscinas públicas con socorrista. La diversión está previamente programada, dirigida, controlada. Ahora los niños apenas improvisan su entretenimiento en los parques, erizados de vallas y columpios reforzados, de carteles de peligro.

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